Personajes y memorias

Recuerdos de un sueño colectivo , vivido hace 63 años. excursión de cuarto bachillerato, varones, año 1959*

El Colegio Helvetia de Bogotá inició sus actividades en el año lectivo de 1949. En su primer año se inició con una clase de kindergarten y cuatro años de primaria, con la idea de aumentar cada año una clase. Sus primeros bachilleres se graduaron en 1956. Su sólida reputación se estableció en sus primeros 10 a 15 años de enseñanza Y muchos fueron los protagonistas cuya dedicación contribuyó a ello; somos testigos directos y beneficiarios de lo que fue aquello. El colegio tenía menos de 400 alumnos, nuestro curso era de solo 15, algo menos tenía el curso de niñas. Funcionaban separados y solo podíamos interactuar en los buses a principio y fin de cada jornada; no existía sección Alemana; el inglés y el francés se enseñaban con intensidad similar a las otras materias.

En 1961 se graduó el segundo curso que completó el ciclo kindergarten (1950) – sexto de bachillerato (1961); quinto año de graduados. De ello hace precisamente 61 años… Algunos alumnos de ese curso, completaron todo el ciclo y otros, por razones diversas abandonaron el Colegio Helvetia; a la vez que otros más se unieron a esa clase durante el transcurso de los años. Como fuera, a pesar de todos los años pasados , algunos de nosotros conservamos una sólida amistad entre nosotros y con las niñas,  así como conservamos un Espíritu Helvetiano de fidelidad a los recuerdos, exploración, emprendimiento, libertad, conciencia ambiental y mutuo respeto.

 

Por primera vez en aquél lejano 1959, el colegio había acogido como capellán y profesor de religión católica a un sacerdote suizo, el padre August Bissig, sucesor de los sucesivos capellanes del colegio, Monseñor Emilio de Brigard, primero y luego el entonces Padre y posteriormente Monseñor Gustavo Ferreira. El padre Bissig organizó una excursión de un fin de semana largo, para nuestro curso, primera de ese tipo, a la Hacienda Potosí, en aquel entonces de propiedad de la familia de uno de nuestros más apreciados compañeros de clase, Jorge Eugenio Ferro Triana, hijo del senador Eugenio Ferro Falla y, posteriormente, senador él mismo, quienes generosamente se ofrecieron a acogernos en su hacienda del municipio de Campoalegre, Huila, una gran casa, en dos niveles, con amplios corredores periféricos, amplias y frescas habitaciones, todas las comodidades, en el centro de una muy extensa planicie del valle del Magdalena.

 

El sábado por la mañana, salimos de Bogotá en un autobús que nos llevó directamente hasta la hacienda, que se halla a 26 kilómetros al sur de Neiva, a unos tres kilómetros al noreste del centro de la población de Campoalegre. A nuestra llegada, Don Eugenio nos recibió personalmente y durante los tres días y dos noches de nuestra excursión fue un impecable y paciente anfitrión, con los entusiastas y despreocupados adolescentes que éramos en esos días. Esa tarde, tras estirar las piernas después de un viaje de varias horas, de un almuerzo digno del apetito de nuestra edad y de, cada uno, seleccionar la cama o la hamaca en la cual dormiría esas dos noches, hicimos una visita a la hacienda, a sus plantaciones de arroz y otros cultivos; y a los aparentemente ilimitados pastizales de ganado, descubrimiento para aquellos que no estaban familiarizados con el funcionamiento de una propiedad rural de tal envergadura y características . La cena y la velada de esa noche, acorde al entretenimiento que se puede tener entre compañeros de clase,  fue a la vez deleite del padre Bissig descubriendo algunos usos y costumbres de la Colombia rural profunda, tranquila y sana, de esos tiempos. 

 

Las anécdotas son múltiples; intentamos nuestro primer cigarrillo, probamos alimentos nada comunes en nuestra dieta bogotana, nos vimos desnudos bañándonos en una alberca de agua helada, recorrimos poblaciones vecinas, repetimos baño en un rio. Hubo quien intentara coquetear con una de las empleadas de la casa; y quien, en su inexperiencia, dañase el paso a su cabalgadura, en la cabalgata de varias horas;  quizás lo más recordado. Todo fue muy gratificante; comimos opíparamente, dormimos arrullados por los ronquidos de algunos, hubo momentos de descubrimientos y, sin que lo percibiéramos, crecía nuestra unidad como grupo, permitiendo que hoy, después de 63 años, esa unidad y nuestra gratitud al colegio que permitió tan inolvidable experiencia, se mantengan.

 

El día siguiente, domingo, día principal de actividades de esa excursión, se inició con levantada temprano, ducha y “toilette” de rigor, misa campal improvisada, celebrada por nuestro profesor en el patio de la casona, seguido por un típico desayuno huilense, tras lo cual nos esperaban un par de decenas de caballos ensillados para que, acompañados por varios peones de la hacienda, algunos mostrarían sus habilidades de jinetes y otros montarían las yeguas más mansas para hacer un ejercicio de equitación rural que tuvo su clímax cuando, la veintena de jinetes que éramos, sin ser conscientes del efecto que produciría, desembocamos a galope tendido en la plaza principal de Campoalegre, en momentos en que el sacerdote de la parroquia oficiaba la misa de diez, causando que buena parte de los feligreses, el sacerdote incluido, salieran de la iglesia en desorden por el revuelo causado en esa tranquila mañana. Tranquilizados, al reconocer a los peones de la hacienda y, viendo que el barullo provenía de un grupo de adolescentes y de un sacerdote de más de un metro noventa sobre una montura que le quedaba pequeña, se repusieron del susto y retornaron a concluir la celebración del santo oficio, en tanto nosotros continuábamos hasta tarde invadiendo desordenadamente la gran pradera. 

 

Amaneció el lunes, con la obligada misa, por ser festivo de precepto, que el padre Bissig no nos perdonó, pero luego, merecimos un opíparo desayuno antes de preparar mochilas, dar una última vuelta por los alrededores de la casona de la hacienda, tomar la foto de rigor de todo el grupo en la entrada, disfrutar un ligero almuerzo de sándwiches y refrescos, y despedirnos de nuestro anfitrión, don Eugenio, con todos nuestros agradecimientos. Jorge Eugenio, nuestro compañero, retornaba a Bogotá con nosotros en el autobús, que nos llevaría hasta el colegio donde nos esperaban nuestros padres.

 

Los participantes de la excursión, todos de 4º de bachillerato, fuimos: Eduardo Ángel, Juan Manuel Arias, Juan Enrique Botero, Miguel Camacho, Manuel Campillo, Ricardo Cuevas, Jorge Eugenio Ferro, Andrés Hurtado, Jean-Claude Koster, Enrique Merizalde, Ricardo Rey, Jaime Reyes, Pite Reyes, Germán Ruiz, Alfredo “Chisa” Schneider. Algunos, como el mismo Jorge Eugenio, Eduardo Angel y Enrique Merizalde, ya no están con nosotros. Uno que otro, lo perdimos de vista, pero la mayoría, incluyendo a los que, por una u otra razón, no pudieron acompañarnos, seguimos en contacto y unidos tras todos esos años, animados por los valores que nos fueron inculcados gracias a ese Espíritu Helvetiano. A saber:…

 …A diferencia de otros colegios bilingües de Bogotá, el Helvetia enseñaba los valores a través del respeto a las personas y el ejercicio total de la libertad dentro de normas no escritas; era un ambiente libre y amplio donde cada uno de nosotros se desarrolló sin presiones y pudo sacar sus propias conclusiones, en un entorno respetuoso del Colegio, sus profesores y nuestros compañeros; incluía el respeto por las ideas de los demás y un concepto de disciplina sin rigideces inútiles, el cual permitía el desarrollo de los valores ciudadanos; un ambiente donde la agresividad no existía,  porque disfrutábamos de libertad total dentro de las normas establecidas.

Las instalaciones del Colegio eran abiertas, luminosas y llenas de jardines; las fronteras entre la sección de las niñas y la de los hombres se respetaban sin necesidad de barreras físicas. La Cooperativa donde se vendían libros y elementos de estudio, amén de golosinas, era dirigida por los mismos estudiantes y al final del año los beneficios se repartían entre los accionistas. El almuerzo era una ceremonia de todo el Colegio y, luego de una sencilla oración de Acción de Gracias, los alumnos de los cursos superiores compartían la mesa con los más jóvenes para enseñarles buenas maneras en la mesa y compartir sus experiencias. 

 Nuestro curso fue un buen ejemplo del desarrollo de estos valores: verdadera diversidad dentro de un concepto de amistad.

 

*Una colaboración de: Ricardo Rey, Germán Ruíz y Jean-Claude Koster

 

Referencias: 

Hacienda Potosí – Parque del arroz – Campoalegre, Huila.

https://www.youtube.com/watch?v=Kys50xx4c8M

Campoalegre – Huila

https://www.campoalegre-huila.gov.co 

 

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